La verdad es que hablar de Tamerlán por estas tierras asiáticas es hablar por lo menos de alguien cercano a dios, de alguien realmente grande. Casi todo el mundo prefiere referirse a él como Amir Timur, para obviar cualquier sesgo negativo al nombrar a este noble musulmán mongol de origen turco, que llegó a conquistar ocho millones de kilómetros cuadrados en Eurasia (algo así como 16 Españas juntas). Tamerlán, el héroe legendario, el gran guerrero, el invencible, también tiene en su haber el dudoso honor de ser uno de los más crueles conquistadores de todos los tiempos. Su padre, líder de una pequeña tribu mongola establecida en Kesh, actualmente Shakhrisyabz (Uzbekistán), le puso de nombre Timur y ya desde joven mostró grandes dotes de mando y una obsesiva tendencia a los enfrentamientos. En una de sus tempranas batallas fue herido de gravedad, lo que le hizo arrastrar durante toda su vida una apreciable cojera, por lo que comenzó a ser conocido como Timur Lang (Timur el Cojo o Timur el Lisiado).
Se cuenta que salió del vientre de su madre con las palmas de sus manos ensangrentadas. Y ahí se quiere ver la señal de lo que estaba por venir. Sembró la tierra con cadáveres de hombres enterrados vivos, de guerreros emparedados, de campos sembrados de ciudadanos decapitados, de ahorcados. Tamerlán era despiadado con los que no se rendían a su paso. Arrasó Bagdad, Damasco, Delhi, Herat, Shiraz… las redujo a ruinas. Es un guerrero feroz que conquista casi todo el mundo musulmán. En 1370 entra en Samarkhanda y la elige como ciudad principal de su sultanato. Habilidoso, sagaz y muy generoso, se convierte en un gran líder al que sus soldados adoran. Sus jinetes saquean y destrozan ciudades, torturan a sus habitantes y apilan sus calaveras en pirámides. Únicamente suelen salir bien parados los artistas, a los que Tamerlán perdona la vida. Los lleva a Samarkhanda para que la conviertan la ciudad más atractiva y más envidiada de Asia.
Desde Samarkhanda extendió sus dominios por medio mundo. Se anexiona Siria, Irak, Irán, Pakistán, Afganistán, Turkmenistán, Uzbekistán, parte de la India, Turquía, Rusia… Su fama de gran estratega crece por todo del mundo aunque siempre parcialmente eclipsada por su salvajismo, por los genocidios indiscriminados que ordena, las masacres que lleva a cabo y la destrucción de poblaciones enteras. Inicia la conquista de la India. Entra en Delhi. Dicen que 10.000 hindúes fueron degollados y que sus mujeres, los niños y sus bienes se convirtieron en el botín de los vencedores. Otras fuentes hablan de 100.000 víctimas. Cifras escalofriantes. Se calcula que en manos de sus tropas murieron alrededor de 17 millones de personas.
El terrible Timur, el guerrero devastador, sanguinario e invencible falleció de un catarro en Otrar (sur de Kazajstán). Tenía 69 años y no había cejado en su empeño de seguir conquistando el mundo. Otrar era un gran centro político, económico y cultural de la región de Turkestán y una rama importante de las Rutas de la Seda. Fue la única ciudad en el territorio de Kazajstán que acuñó monedas de oro. Otrar finalmente fue abandonada a principios del XVIII y ya en ruinas terminó derritiéndose bajo las lluvias. Tamerlán se dirigía a la conquista de China cuando murió. Se ignoró su voluntad de ser enterrado en Shakhrisabz (la ciudad de la que fue gobernador con apenas 25 años y donde empezó a tejer su imperio) y acabó con sus huesos en Samarkhanda. Poco antes de morir, había mandado construir el mausoleo Guri Emir, destinado a recoger el cuerpo de su nieto preferido, fallecido algunos años antes. Al final, los restos del conquistador y de algunos de sus hijos y nietos están allí. Dicen que desde el mismo momento del entierro se produjeron extrañas apariciones y se oían horribles gemidos. Junto a su tumba una inscripción: ”Aquel que ose molestar mi sueño, se enfrentará a un enemigo todavía más poderoso que yo”. Con el tiempo Samarkhanda fue tomada por diferentes pueblos conquistadores que pensaron en profanar la tumba del guerrero mongol esperando encontrar un gran tesoro oculto, pero aquella maldición les aterrorizó y no fueron capaces de violar el sepulcro.
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