viernes, 29 de agosto de 2014

Al abrigo de Bukhara


Al abrigo de Bukhara (o Bujara) no resulta difícil trasladarse hasta la piel de aquellos nómadas legendarios que transitaban de un lado a otro por la Ruta de la Seda. Las rutas entonces distaban mucho de ser seguras. Aquellos aventureros soñaban con encontrar en esta ciudad un espacio para la tranquilidad en medio de las dificultades, ansiaban un respiro, un tiempo de recogimiento, un lecho, anhelaban un cobijo que les protegiese de las inclemencias del tiempo y del pillaje. Sabían que los salteadores vigilaban agazapados el avance lento de aquellas codiciadas mercancías preciosas, a la espera del momento más oportuno para sacar tajada. Bukhara se convertía así en ese soñado hogar provisional para descansar a gusto entre minaretes, bazares y palacios. Se puede ver en la lejanía a aquellos osados con la moral destrozada por los rigores y la crudeza del viaje tras sortear los peligros más insospechados en el desierto implacable. Se puede disfrutar con ellos del alivio al atisbar en el horizonte la impresionante silueta de la ciudad más noble y santa de Asia Central. Y se puede apreciar cómo sacaban fuerzas de flaqueza de donde no las había hasta alcanzar ilusionados aquellas puertas recias de la sólida muralla de barro que resguardaba a los habitantes y les defendía de los intrusos.




Bujara o Bukhara es una ciudad santa que durante siglos ha sido el principal centro de cultura islámica en Asia Central y el segundo centro de peregrinación musulmana del mundo tras La Meca. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993. Aunque es un conglomerado de etnias y culturas, la mayor parte de la población es tayika. Para llegar a la ciudad sagrada de Bukhara hay que atravesar el desierto de Kizil Kum (Arenas Rojas), un desolador paraje que aún hoy resulta totalmente inhóspito pero cuya superación sería prácticamente imposible en su día para aquellos aventureros de la Ruta de la Seda, de no ser por el respaldo que supone la proximidad del río Amu Daria y la esperanza de vislumbrar Bukhara en el horizonte.



Bujara ha estado siempre ligada al mundo persa. Fue conquistada por Alejandro Magno en el siglo IV a.C. Tras la invasión árabe en el siglo VIII y la islamización de esta zona de Asia Central, Bujara se convirtió en el centro cultural y religioso de toda la región. Se construyeron mezquitas y madrazas en las que se divulgaba la doctrina y se estudiaba el Corán. Uno de los más conocidos instructores fue el médico, filósofo y científico Ibn Siná (Avicena). Era una de las ciudades más importantes de Asia Central cuando en 1220, Gengis Khan la toma y arrasa por completo. En el siglo XV fue ocupada por tribus nómadas uzbekas, chabánidas. A partir de ahí se convirtió en una ciudad floreciente. Fue capital de una amplia región que abarcaba parte de Irán, Afganistán y Turkmenistán  y era uno de los tres khanatos de Uzbekistán antes de la ocupación soviética.

Hoy Bujara es una leyenda, un cúmulo de tradiciones, culturas y aromas milenarios. Por suerte, conserva todavía tesoros de la arquitectura del periodo premogol, como el mausoleo Ismail Samani o mausoleo de los Samánidas, un monumento construido en el año 902 para guardar los restos del emir de la dinastía de los samánidas que reinó en lo que antes era Transoxiana y Khoresm. Es una de esas construcciones que han llegado hasta nosotros en un excelente estado de conservación y aúna elementos islámicos y zoroástricos (religión predominante en la zona antes de la llegada del Islam), una obra verdaderamente excepcional que, según parece, marcó tendencias en la arquitectura de toda Asia Central. Según cuenta la leyenda, si formulas un deseo y das tres vueltas alrededor, se cumplirá. Que haya llegado hasta aquí en tan buen estado y que haya subsistido a los ataques de Gengis Khan y de todos los depredadores que han asaltado la ciudad resulta casi milagroso y se explica únicamente debido al abandono, al haber estado sepultado de arena hasta 1924 cuando un arqueólogo soviético lo descubrió. La montaña de tierra fue el escudo que preservó el monumento durante todos estos siglos.


Muy cerca y dentro del mismo parque Kirov se encuentra el mausoleo de Chashma Ayub, también conocido como Fuente de Job. La tradición dice que el profeta hizo manar aquí una fuente al tocar la tierra con su bastón. Es un edificio pequeño, modesto y desprovisto de toda ornamentación, tanto externa como interna. Tiene una cúpula exterior cónica típica del siglo XIII, de la escuela de Khoresm. Los uzbekos y los tayikos se acercan hasta la fuente de Job, de la que siguen bebiendo por sus legendarias propiedades curativas.




La cercana mezquita Bolo Hauz destaca por las dos filas de columnas en madera labrada que sostienen la portada abierta para el verano, un iwan estival cuidadosamente restaurado y, quizás, el más grande, más alto y más bello de toda Asia Central. La mezquita Bolo Hauz es famosa en Uzbekistán por sus techos tallados en madera y por sus altas y finas columnas, así como por los capiteles. Es el único monumento que sobrevive en la Plaza de Registan. El estanque (Hauz significa estanque) es la parte más antigua del conjunto y uno de los pocos que quedan en la ciudad antigua. La mezquita fue construida en 1712, a la que se añadió más tarde el iwan en la fachada oriental y en 1917 se levantó el minarete. 




En su momento, el corazón de Bujara fue su Fortaleza (Ark), un imponente recinto amurallado que habría que imaginárselo multiplicado por cinco ya que solo se conserva un 20% de su superficie. Oficialmente se considera que la ciudad fue fundada en el 500 a.C. en esta ciudadela, aunque la existencia del oasis de Bukhara como tal se sabe anterior a esa época. Durante más de mil años la ciudadela Ark era Bukhara en sí misma. Hasta 1920 fue la residencia oficial de los emires. La entrada es muy llamativa con grandes puertas de acceso y una rampa imponente con dos torreones circulares. 

Al recordar una ciudad siempre se habla de un punto central, de una clave, de un lugar especial que la identifica, la inmortaliza y la hace única. En Bukhara no hay duda de que es el complejo Poi Kalon el corazón que la mueve y la explica, el rincón emblemático de la ciudad. La confluencia de la mezquita Kalon, el minarete y la madrasa Mir-i-Arab crean un conjunto espectacular de gran belleza.


La Mezquita de los viernes, Kalon (Masjid-i-Kalan), es una de las más grandes de Asia Central. Data del año 795 y fue ampliada por Ismail Samani aunque su estructura actual es de mediados del siglo XVI, porque las tropas de Genghis Khan la destruyeron por completo. También al siglo XVI pertenece la madrasa Mir-i-Arab situada frente a la mezquita, uno de los centros de enseñanza islámica en activo con más renombre en la región que, desgraciadamente, no se puede visitar.

Uno de los monumentos de la ciudad que milagrosamente se salva tras el devastador ataque de Gengis Khan es el minarete Kalon, de 47 metros de altura. El conquistador mongol admira y considera digno de ser indultado este minarete del siglo XII, en el cual fueron utilizadas por primera vez las magníficas cerámicas de color azul y considerado como el faro del desierto en la Ruta de la Seda. Con el tiempo se convertiría en el símbolo de Bujara. Kalon hizo las veces de minarete, de puesto de vigilancia, de patíbulo (desde allí se arrojaba a los condenados) y de faro. El fuego que se encendía en lo alto servía de guía en medio de la noche para las caravanas que atravesaban el desierto.



Un poco más alejado del centro, callejeando, se encuentra esta curiosa construcción llamada Chor Minor (Cuatro Minaretes) que, en realidad, es uno de los pabellones de la entrada a una madrasa construida en 1807 que ya no se conserva y que responde a una de las más originales extravagancias arquitectónica de la época. Realmente ni es mezquita ni sus cuatro minaretes lo son ni nunca lo fueron, ya que ninguno de ellos tuvo la función de ser el lugar por el cual el muecín llamara a rezar a los fieles musulmanes las cinco veces al día correspondientes. Es, simplemente, parte de una construcción mayor inexistente que, por fortuna, ha llegado hasta nosotros. Dicen, además, que se ha pretendido que los cuatro minaretes representasen a las cuatro religiones monoteístas de Asia Central, el islam, el judaísmo, el cristianismo y el budismo. Aunque no sea cierto Chor Minor es una joya, pequeña, simétrica y realmente bonita.

El centro neurálgico de la ciudad es la plaza de Lyab-i-Hauz ("alrededor del estanque"), punto de encuentro en el que las familias tayikas disfrutan en sus ratos de ocio. Además del gran estanque, en la plaza destaca la vieja madrasa Kukeldash del siglo XVI, la más grande de Bujara, y también la estatua de Khodja Nasrudim, el derviche sabio que viajaba sobre un asno, un personaje mítico de la tradición popular sufí, una especie de antihéroe del islam cuyas historias sirven para ilustrar o introducir las enseñanzas sufíes (Khodja significa maestro). Nasrudín protagoniza aventuras con moraleja y hace reflexionar a quien las lee. Es un personaje singular considerado como un Don Quijote islámico porque acostumbra a ser cuerdo en su locura y aglutina todo el ingenio popular de oriente.

En las inmediaciones de la plaza se encuentra una pequeña mezquita, quizás poco espectacular pero que mantiene muy bien su estructura y su esencia originales. Es la mezquita Magoki Attori, construida en el siglo XII y reconstruida parcialmente 4 siglos después. Tanto la ubicación como el nombre (Magoki, significa "pozo" o "agujero") apuntan a que la mezquita se situó por debajo del nivel actual de las calles. Debajo de la mezquita actual se han encontrado restos de un templo de Zoroastro del siglo V.

Atardece ya. El sol comienza a eclipsarse tras una de las mezquitas de la capital. La ilumina y la envuelve en un halo mágico hasta conseguir que su silueta adquiera dimensiones sobrenaturales. Es la señal para que en Bukhara empiece la ceremonia de desplegar la noche. Al abrigo de la ciudad los aventureros, exhaustos, comienzan a hacer realidad su soñado reposo. Disfrutan de la tranquilidad del momento viendo cómo el día poco a poco va apagando sus rigores mientras la tarde viste el horizonte con los colores de un fuego amigo.

viernes, 22 de agosto de 2014

Tashkent, una primera aproximación


Uno llega a Tashkent husmeando historia por las esquinas, buscando caravanas por los rincones, afinando al máximo los sentidos para tratar de encontrar restos de algo mítico escondidos tras cualquier puerta de la ciudad. Pero, en una primera ojeada es difícil reconocer en la moderna Tashkent, capital hoy de la República de Uzbekistán (un país inexistente hasta bien entrado el siglo XX cuando comenzaron a delimitarse las fronteras de las llamadas repúblicas socialistas soviéticas), huellas que recuerden aquella encantadora "ciudad de piedra", aquella parada obligada en el transcurso itinerante entre Oriente y Occidente, aquel enclave estratégico añorado por Gengis Khan para ser incorporado al imperio mongol y aquella capital que en el siglo XIV fue parte del imperio de Tamerlán. Pero es la misma. Hoy, ya poco reconocible como la tentadora y legendaria ciudad de la Ruta de la Seda, Tashkent es una capital con cerca de cuatro millones de habitantes, anchas avenidas y grandes plazas. Todo ello enmarcado con un aire vanguardista, actual, incluso moderno, aunque la época vivida bajo la influencia soviética haya dejado en su urbanismo marcas inconfundibles y marcado su aspecto y el carácter de sus gentes con una impronta especial.

La destrucción de muchos de sus edificios históricos tras la revolución rusa y posteriormente a causa del devastador terremoto de 1966, ha hecho que desapareciese casi por completo la arquitectura tradicional de la ciudad, en la que habían llegado a tener cierto protagonismo las empresas artesanales derivadas de la fabricación de materiales de seda, hilanderías y artesanías artísticas. No obstante, la recuperación que se ha llevado a cabo de sus edificios históricos, ha permitido a Tashkent convertirse en un primer punto de interés dentro de la Ruta de la Seda.


Posiblemente lo más interesante de la ciudad sea el complejo de Hazrati Imám o Hasti Imám, que se ha ido creando en torno a la tumba de uno de los primeros imanes de Tashkent. El mausoleo (del siglo XVI) ha tenido y tiene gran importancia. Tanto es así que en algunas zonas de Asia Central a la ciudad de Tashkent se la conoce como Hasti Imám. Dentro del complejo, en la plaza, destaca la madrasa de Barak Kan, del siglo XVI, con sus dos llamativas cúpulas. Las puertas de las celdas de los estudiantes, hoy convertidas en pequeños talleres y tiendas de artículos de artesanía, dan al patio interior.

Enfrente se encuentra el museo de la antigua biblioteca Mui Muborak en la que se puede admirar el primer ejemplar de El Corán del siglo VII, un enorme y llamativo manuscrito hecho sobre hojas de piel de gacela. En salas anexas se exhiben reproducciones del libro sagrado traducidas a casi todos los idiomas, de diferentes épocas y en diversos formatos.


En la misma plaza se construyó en el siglo XIX la mezquita del viernes de Tillya Savi que se utiliza actualmente para el culto. El conjunto se completó en 2009 con la construcción detrás de la biblioteca de un nuevo edificio, la mezquita de Hazrati Imam, con dos enormes minaretes de estilo clásico siguiendo los cánones de la arquitectura típica del siglo XVI.


A escasos metros de la plaza se encuentra lo más antiguo de la ciudad, el pequeño mausoleo Kaffal Shashi, del siglo XVI, construido en honor de Abu Bakr Mohammad Kaffal Shashi, famoso científico y filósofo nacido en Tashkent y uno de los imanes más respetados del mundo musulmán. También en el siglo XVI, en el centro de la ciudad antigua y sobre una colina, se construyó la madrasa Kukeldash que, a finales del siglo XVIII se usó como  caravansaray. Tiene la estructura tradicional, con un patio interior grande hacia el que dan todas las celdas de los estudiantes, con la sala de estudios y la mezquita en las esquinas. La madraza Kukeldash es uno de los seminarios conciliares musulmanes mayores que se han conservado del s. XVI en Asia Central. Sobre el portal de entrada se han conservado los restos de la decoración original de azulejos, aunque fue necesaria una restauración importante a mediados del siglo XX.


Alguien dijo que para conocer la realidad de una ciudad hay que visitar la estación y el mercado. Es fácil estar de acuerdo. En Tashkent es obligatorio visitar el mercado Chorsu Bazaar, el más antiguo, al norte de la ciudad (Chor-Su significa Cuatro Caminos). Es ahí donde se puede palpar el pulso de la ciudad, apreciar el bullicio y observar el ir y venir de las personas. Esa confluencia de gentes no solo es un punto de encuentro en el que se materializan operaciones de intercambio sino que sirve para planificar estrategias, gestar intrigas, pactar matrimonios o acordar rebeliones. Ahí sigue viva la Ruta de la Seda. Uno se imagina que en las alforjas de los aventureros de antaño, los trasiegos de mercancías entre oriente y occidente movían también de un lado para otro informaciones de todo tipo y se encontraban aquí hazañas gloriosas de grandes guerreros, leyendas épicas y culturas lejanas de gentes y pueblos distantes. Todo confluía en mercados como éste donde se cruzaban las culturas. Aquí mismo se intercambiaban temores y aventuras fantásticas en lenguas diferentes, mientras se consolidaban las transacciones y se ajustaban los precios. El sitio vale la pena y aunque no deja de ser un mercado, después de darle una vuelta es fácil en medio del tumulto sentir un escalofrío.

miércoles, 20 de agosto de 2014

La carretera más larga del mundo

Con esa denominación ensoñadora y mágica de la Ruta de la Seda se hace referencia a una complicada red de comunicación entre Oriente y Occidente de trazado sólido y duradero, aunque desdibujada de los proyectos viajeros durante siglos por falta de entendimiento entre los países que atraviesa y por conflictos regionales de diverso tipo.

Como se deduce de su mismo nombre y de los múltiples testimonios que han ido quedando a lo largo de la historia, en su origen, las vías abiertas en este entramado de caminos legendarios responden a intereses comerciales de intercambio de productos (la seda es uno de los más significativos que transportaban las caravanas) entre países muy distantes y exóticos. Las enormes distancias que había que superar y las dificultades propias de los desplazamientos en la época obligaban a enfrentarse a la aventura por etapas, lo que favoreció el nacimiento de núcleos importantes de población en torno a esos puntos estratégicos en los que debían detenerse las caravanas.

Se considera que el momento álgido de la ruta tuvo lugar alrededor del siglo III d.C, cuando la telaraña de caminos entre Oriente y Occidente alcanzó su máximo desarrollo, convirtiéndose en el mayor conjunto de vías comerciales de la Tierra, una vía de comunicación que cubría una distancia de 12.800 km., desde Cádiz, en el Océano Atlántico, hasta Shanghai, al otro lado del Pacífico. Sin duda, podríamos denominarla la carretera más larga del planeta.

Aunque pueda parecer exagerado, lo cierto es que las rutas de la seda jugaron un papel fundamental en la historia de la humanidad. Gracias a ellas alimentos, herramientas, tejidos y perfumes desconocidos se fueron descubriendo en puntos extremos del planeta. Pero no hay que olvidar que la fabricación de papel o la imprenta llegaron a través de estas vías de comunicación y también a través de ellas el budismo y el islam se expandieron por el mundo. Las rutas de la seda sirvieron para generar un impresionante intercambio de ideas, costumbres y creencias entre pueblos diferentes y alejados, que favorecieron sus desarrollos respectivos y contribuyeron notablemente al enriquecimiento de la vida y la cultura de manera recíproca.

Hoy se vuelven a retomar los caminos de la Ruta de la Seda por motivos bien diferentes que pueden ser culturales, por hacer un viaje al pasado, recrear la vida de nuestros antepasados, husmear en las raíces del hombre hace miles de años o explorar otros rincones del planeta. Todas son válidas.