jueves, 4 de septiembre de 2014

La mítica Samarkhanda, más bella que la vida


Todos llevamos Samarkhanda en las venas. La gran mayoría tenemos grabado con fuerza en algún rincón de la memoria el nombre de Samarkhanda y lo asociamos a algo mítico. Pero poco más sabemos. Algunos, quizás, tratando de encontrar  razones, pensarán en grandes hombres como Alejandro Magno, Marco Polo, incluso Tamerlán, cuyos nombres pudieran haberse grabado en lo más profundo de cada uno asociados a la ciudad de leyenda. Otros, tal vez, rebuscarán por los rincones del desván de la memoria las aventuras de Tintín, las de Corto Maltés en La casa dorada de Samarkhanda o alguna de las magníficas historias de Julio Verne, para desempolvarlas y tratar de encontrar en ellas la clave de esa fijación histórica. Pero casi todos guardamos en el alma el nombre de Samarkhanda sin concierto, sin saber las causas, sin conocer nada sobre ella y sin ni tan siquiera ser capaces de situarla con tino en un mapa de la zona. En cualquier caso, aunque imprecisa, la razón debe ser intensa para haber dejado una huella tan importante allá en el fondo del baúl en el que se almacenan los recuerdos.

Samarkhanda presume de ser una de las ciudades más antiguas de la Tierra y posiblemente lo sea. Cuando en el siglo IV antes de Cristo las huestes de Alejandro Magno arrasaron la antigua ciudad de Samarkhanda, Afrosiab, encontraron una población consolidada, con edificios importantes y las calles empedradas. Y se sabe que cuando Marco Polo pasó por aquí en el siglo XIII la primitiva ciudad ya había cumplido 2000 años. De lo que no cabe duda alguna es de que esta mítica Samarkhanda, la antigua Maracanda, ha sido lugar de referencia importante en la Ruta de la Seda. Uno de los piropos históricos que ha recibido la ciudad ha salido de la boca del mismo Alejandro Magno y ha traspasado sin problemas hasta hoy la barrera de los tiempos. Dicen que dijo al verla: "Para mí, es más bella que la vida". Un detalle exquisito por parte del conquistador macedonio, y eso que no pudo entonces paladear (porque todavía no había nacido) la plaza del Registán. Pero realmente quien catapultó Samarkhanda a los cielos, el que le dio un enorme empujón a la notoriedad histórica de la ciudad fue el temible Tamerlán, quién quiso convertirla en el centro del mundo al nombrarla capital de aquel inmenso imperio suyo que se extendió desde Rusia hasta China. Pero fue al tomar el poder el hijo de Tamerlán, Shah Ruskh, amante de la paz y de las artes, y posteriormente su nieto Ulugh Beg, cuando adquirió su máximo esplendor.


A medida que uno se aproxima por uno de sus costados a la mítica plaza de Registán se va haciendo más evidente la majestuosidad de esa plaza de leyenda, de esa foto tan universalmente reproducida, aunque al final, lo mismo que le ocurrió a Alejandro Magno, la realidad supera todas las expectativas. Una vez situados en el punto crítico, la belleza del conjunto con las tres madrasas enfrente (la madraza de Ulugh Beg, la madraza de Sher-Dor y la madraza de Tilya-Kari) causa un placer especial, una gran satisfacción visual y anímica. Quizás se echa en falta el silencio, la posibilidad de admirar tanta belleza en soledad para disfrutar como se merece todo lo que esta plaza legendaria atesora. A pesar de ello se percibe con claridad cómo se cuela en el alma. Si uno está suficientemente atento, se escucha cómo la monumentalidad del Registán se va haciendo un sitio de inmediato y para siempre en la memoria. Y uno piensa que el viaje, se venga desde el rincón del planeta que se venga, queda sobradamente justificado a partir de este instante. La sensación es que la plaza es la que de verdad hace justicia en la actualidad a esa Samarkhanda de leyenda.



Aunque haya sido producto de diferentes transformaciones resulta curioso pensar que esta plaza heredada de los siglos es la misma que pudo admirar Ruy González de Clavijo, el embajador del rey Enrique III de Castilla cuando llegó hasta aquí con la misión de establecer una embajada ante la corte de Tamerlán, con la intención de crear una alianza para guerrear contra los turcos. El relato de los viajes de González de Clavijo hasta Samarcanda entre los años 1403 y 1406, con el título Embajada a Tamorlán es una de las joyas de la literatura medieval castellana.


El nieto de Tamerlán, Ulugh Beg fue, antes que conquistador o estadista, un hombre sabio, un erudito que hizo de Samarkhanda un importante núcleo cultural. Experto en artes y ciencias, en matemáticas, en historia, en medicina o en poesía, su auténtica pasión era la astronomía y todavía se puede visitar en un cerro de la ciudad parte del fantástico observatorio que construyó en su día, otro punto de indiscutible interés. Era un edificio de tres plantas y 30 metros de altura. El principal instrumento del observatorio era un gigantesco sextante, orientado con una exactitud asombrosa por la línea del meridiano de sur a norte. Tras la muerte de Ulugh Beg, fue destruido y saqueado por fanáticos religiosos en 1449. Únicamente ha llegado hasta nuestros días una parte subterránea de la base del sextante.



En Samarkanda abundan las maravillas, muchas de ellas recubiertas con fantásticos azulejos y con cúpulas vidriadas de vivos colores. Uno de los lugares emocionantes, un rincón que embelesa por su aspecto es la imponente necrópolis Shakhi Zinda, un viejo cementerio timúrido lleno de tumbas nobles, una auténtica joya de la arquitectura de Asia Central. En esta cima un complejo funerario reúne varias mezquitas y mausoleos de conocidos protagonistas de la historia, entre los que destaca un primo del profeta Mahoma, así como varios familiares y favoritos de Tamerlán, todo ello presidido por las dos cúpulas azules gemelas del mausoleo Qazi Zadeh Rumi (s. XIV - XV), el más grande del complejo, construido en 1425. En conjunto, Shakhi Zinda es un lugar solemne, con un aire especial que trasmite una sensación de calma y que impresiona por su solemnidad. Al final del paseo, un cementerio civil se extiende por las colinas de alrededor ofreciendo una vista completa de la necrópolis.



Otro mausoleo importante no solamente por su belleza sino por su significado es Gur-Emir (La tumba del emir), con una espectacular cúpula recubierta de una brillante cerámica policromada. Se ha convertido en un habitual centro de peregrinación porque en su interior se encuentran las tumbas de Tamerlan y de su famoso nieto Ulugh Beg. Aunque Gur-Emir fue mandado construir por Tamerlán para ser su propia tumba, no tenía intención de terminar con sus huesos allí. La historia cuenta que en su ánimo estaba ser enterrado dentro de una pequeña tumba en su ciudad natal. Su construcción comenzó a principios del año 1403 por orden del propio Tamerlán y fue dedicado a la memoria de Muhammad Sultán, el nieto más querido de Amir Temur, abatido en una batalla. Dentro están enterrados, Amir Temur, dos de sus hijos, Shakh Rukh y Miran Shakh, sus nietos Muhammad Sultán y Ulugh Bek con dos de sus hijos, el padre espiritual de Amir Temur, el jeque musulmán Mir Seyid Bereke y un santo, Sha-jodzha. Otros miembros de la familia timúrida se encuentran enterrados alrededor. Algunos expertos consideran sus formas influencia directa del arte mogol, por lo que afirman que el Mausoleo es una especie de antecesor de la que sería la obra más importante de la arquitectura mogol, el Taj Mahal. Justo al lado de este mausoleo, se encuentra la calle dedicada a Ruy González de Clavijo.





La mezquita Bibi Khanum se ubica en un alto junto al mercado central de Siab y está rodeada de una leyenda curiosa. Dicen que fue ordenada construir por la esposa favorita de Tamerlán en honor a éste. Se levantó entre 1399 y 1404 aprovechando el viaje del conquistador hacia la India. Según parece el arquitecto que se encargaba de la construcción se enamoró locamente de la favorita de Tamerlán y le dijo que únicamente concluiría la construcción de la mezquita si le permitía besarla. Al final ella accedió aunque la pasión del arquitecto enamorado dejó una señal evidente en los labios de la mujer, que no pasó desapercibida a los ojos del guerrero a su regreso. Loco de ira buscó al arquitecto por todo el territorio para darle muerte pero, según cuenta la leyenda, éste ya había ya fallecido.

Detalle de la cúpula de la mezquita Bibi Khanu

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