viernes, 22 de agosto de 2014

Tashkent, una primera aproximación


Uno llega a Tashkent husmeando historia por las esquinas, buscando caravanas por los rincones, afinando al máximo los sentidos para tratar de encontrar restos de algo mítico escondidos tras cualquier puerta de la ciudad. Pero, en una primera ojeada es difícil reconocer en la moderna Tashkent, capital hoy de la República de Uzbekistán (un país inexistente hasta bien entrado el siglo XX cuando comenzaron a delimitarse las fronteras de las llamadas repúblicas socialistas soviéticas), huellas que recuerden aquella encantadora "ciudad de piedra", aquella parada obligada en el transcurso itinerante entre Oriente y Occidente, aquel enclave estratégico añorado por Gengis Khan para ser incorporado al imperio mongol y aquella capital que en el siglo XIV fue parte del imperio de Tamerlán. Pero es la misma. Hoy, ya poco reconocible como la tentadora y legendaria ciudad de la Ruta de la Seda, Tashkent es una capital con cerca de cuatro millones de habitantes, anchas avenidas y grandes plazas. Todo ello enmarcado con un aire vanguardista, actual, incluso moderno, aunque la época vivida bajo la influencia soviética haya dejado en su urbanismo marcas inconfundibles y marcado su aspecto y el carácter de sus gentes con una impronta especial.

La destrucción de muchos de sus edificios históricos tras la revolución rusa y posteriormente a causa del devastador terremoto de 1966, ha hecho que desapareciese casi por completo la arquitectura tradicional de la ciudad, en la que habían llegado a tener cierto protagonismo las empresas artesanales derivadas de la fabricación de materiales de seda, hilanderías y artesanías artísticas. No obstante, la recuperación que se ha llevado a cabo de sus edificios históricos, ha permitido a Tashkent convertirse en un primer punto de interés dentro de la Ruta de la Seda.


Posiblemente lo más interesante de la ciudad sea el complejo de Hazrati Imám o Hasti Imám, que se ha ido creando en torno a la tumba de uno de los primeros imanes de Tashkent. El mausoleo (del siglo XVI) ha tenido y tiene gran importancia. Tanto es así que en algunas zonas de Asia Central a la ciudad de Tashkent se la conoce como Hasti Imám. Dentro del complejo, en la plaza, destaca la madrasa de Barak Kan, del siglo XVI, con sus dos llamativas cúpulas. Las puertas de las celdas de los estudiantes, hoy convertidas en pequeños talleres y tiendas de artículos de artesanía, dan al patio interior.

Enfrente se encuentra el museo de la antigua biblioteca Mui Muborak en la que se puede admirar el primer ejemplar de El Corán del siglo VII, un enorme y llamativo manuscrito hecho sobre hojas de piel de gacela. En salas anexas se exhiben reproducciones del libro sagrado traducidas a casi todos los idiomas, de diferentes épocas y en diversos formatos.


En la misma plaza se construyó en el siglo XIX la mezquita del viernes de Tillya Savi que se utiliza actualmente para el culto. El conjunto se completó en 2009 con la construcción detrás de la biblioteca de un nuevo edificio, la mezquita de Hazrati Imam, con dos enormes minaretes de estilo clásico siguiendo los cánones de la arquitectura típica del siglo XVI.


A escasos metros de la plaza se encuentra lo más antiguo de la ciudad, el pequeño mausoleo Kaffal Shashi, del siglo XVI, construido en honor de Abu Bakr Mohammad Kaffal Shashi, famoso científico y filósofo nacido en Tashkent y uno de los imanes más respetados del mundo musulmán. También en el siglo XVI, en el centro de la ciudad antigua y sobre una colina, se construyó la madrasa Kukeldash que, a finales del siglo XVIII se usó como  caravansaray. Tiene la estructura tradicional, con un patio interior grande hacia el que dan todas las celdas de los estudiantes, con la sala de estudios y la mezquita en las esquinas. La madraza Kukeldash es uno de los seminarios conciliares musulmanes mayores que se han conservado del s. XVI en Asia Central. Sobre el portal de entrada se han conservado los restos de la decoración original de azulejos, aunque fue necesaria una restauración importante a mediados del siglo XX.


Alguien dijo que para conocer la realidad de una ciudad hay que visitar la estación y el mercado. Es fácil estar de acuerdo. En Tashkent es obligatorio visitar el mercado Chorsu Bazaar, el más antiguo, al norte de la ciudad (Chor-Su significa Cuatro Caminos). Es ahí donde se puede palpar el pulso de la ciudad, apreciar el bullicio y observar el ir y venir de las personas. Esa confluencia de gentes no solo es un punto de encuentro en el que se materializan operaciones de intercambio sino que sirve para planificar estrategias, gestar intrigas, pactar matrimonios o acordar rebeliones. Ahí sigue viva la Ruta de la Seda. Uno se imagina que en las alforjas de los aventureros de antaño, los trasiegos de mercancías entre oriente y occidente movían también de un lado para otro informaciones de todo tipo y se encontraban aquí hazañas gloriosas de grandes guerreros, leyendas épicas y culturas lejanas de gentes y pueblos distantes. Todo confluía en mercados como éste donde se cruzaban las culturas. Aquí mismo se intercambiaban temores y aventuras fantásticas en lenguas diferentes, mientras se consolidaban las transacciones y se ajustaban los precios. El sitio vale la pena y aunque no deja de ser un mercado, después de darle una vuelta es fácil en medio del tumulto sentir un escalofrío.

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