jueves, 9 de octubre de 2014

Bishkek busca su identidad


Bishkek es la capital y la ciudad de mayor tamaño de Kirguistán. En la actualidad es una ciudad moderna sin grandes atractivos reseñables, en la que el elemento que resulta más evidente en la estética urbana es la impronta que en la capital ha dejado la época vivida bajo la influencia soviética. Hoy por hoy Bishkek busca su propia identidad al margen de su pasado reciente.

Se encuentra ubicada en un valle rodeado de montañas con las cumbres nevadas de la cordillera de Kirguis Altau dominando el horizonte desde sus cimas de 4.800 metros, lo que hace que resulte agradable pasear por sus calles con ese atractivo marco  añadido como telón de fondo. Amplias avenidas con jardines, mucho verde, grandes plazas y mezcla de razas. Es muy chocante el contraste visual en la calle entre las rubias y altas mujeres rusas y las pequeñas mujeres kirguises de rasgos asiáticos.




El centro de la vida de Bishkek se encuentra en la plaza Ala Too, antes llamada plaza Lenin, la típica gran plaza del urbanismo soviético. Muy ceremoniosa resulta la maniobra para realizar el cambio de la Guardia de Honor que custodia la bandera nacional, en la que los soldados desfilan para hacer el relevo de forma llamativa, con paso marcial y la bayoneta calada en el kalashnikov.

El relevo de la guardia se realiza en el centro de la plaza, donde en sustitución de un monumento anterior a la Libertad, se encuentra desde hace poco tiempo la estatua de Aykol Manás (Manás el Magnánimo), el héroe nacional que unificó 40 tribus kirguisas y peleó contra los uigures en el siglo IX. Aunque ningún historiador acreditado haya brindado evidencia de la existencia del salvador nacional, el legendario rey guerrero Manás se va haciendo cada días más y más real entre los kirguises. Sus hazañas han dado lugar al también llamado Manás, el que se considera poema épico más largo del mundo (veinte veces más largo que la Odisea de Homero, medio millón de versos), una obra patriótica muy alabada, que relata las aventuras de Manás y sus descendientes en lucha contra los chinos para mantener la independencia de los kirguises. En los actos populares los manaschis se dedican a recitar en público versos del poema que fue declarado patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2009.

En la misma plaza se puede visitar el Museo de Historia, antaño museo de Lenin, un arquitectónico bloque cuadrado sin demasiada gracia y con bastante desorden histórico en su interior. La planta superior es la más interesante y es precisamente la dedicada a cuestiones relacionadas con la historia y la cultura de los kirguises mientras que deja bastante que desear la segunda, dedicada al período vivido bajo influencia soviética.


A unos 80 km de Bishkek está Tokmok, la antigua ciudad de Belasagun en la Ruta de la Seda fundada por los karakhánidas en el siglo IX, en cuyas inmediaciones se encuentra la Torre Burana. El encanto de la zona, en el valle de Chui, radica en la misma torre en medio del campo y en un impresionante cementerio de monolitos de piedra con figuras antropomorfas (balbals).






La Torre, que fue construida en el siglo IX, ha tenido que sobrevivir a varios terremotos y guerras que la han dejado dañada y mermado su tamaño original. Actualmente mide unos 25 m y cuando se construyó medía 45. Se accede a la misma por una no demasiado estética estructura metálica exterior y una estrecha escalera interior. La Torre, como cualquier monumento que se precie, tiene su leyenda y en ésta no faltan el rey, la princesa y el drama. Se cuenta que una hechicera predijo que la hija recién nacida del rey moriría antes de los dieciocho años. El rey montó en cólera cuando los malos augurios llegaron a sus oídos, ordenó matar inmediatamente a la hechicera y para que no se pudiera cumplir el maleficio decidió mantener a su hija alejada de cualquier peligro. Mandó construir una torre y decidió mantener encerrada en ella a la princesa hasta que cumpliese los dieciocho años. La princesa creció sana y fuerte en su cautiverio aislada desde que nació pero el mimo de su padre por protegerla no sirvió de nada porque el mismo día que cumplía los dieciocho años la princesa murió por la picadura de una araña venenosa.


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